martes, 5 de abril de 2011

Nuestros hijos aprenden más de lo que ven que de lo que les decimos.


Cuando una persona logra algo en la vida a pesar de los contratiempos, solemos decir: Es que tiene “fuerza de voluntad”. Consideramos que cuando alguien deja de hacer aquello que le gusta con tal de conseguir una meta es porque tiene “algo” llamado voluntad.

Esta frase puede ser un arma de doble filo, pues muchas personas suelen excusarse bajo esta afirmación cuando no pueden lograr lo que se proponen “es que no tengo fuerza de voluntad",  aluden que no pueden controlar lo que les sucede, por lo tanto no tienen la culpa y no pueden hacer nada para remediarlo. ¿Quién entonces controla lo que nos ocurre?

Más allá de la fuerza de voluntad tenemos una herramienta muy poderosa para manejar nuestro comportamiento y conseguir nuestras metas, esta herramienta se llama autocontrol.

El autocontrol es una habilidad que nos permite dirigir nuestra propia conducta en el sentido deseado, aún cuando intervengan otros factores distractores. Por otro lado, la voluntad se refiere a la capacidad que nos impulsa a hacer las cosas que nos hemos propuesto, por encima de las dificultades, los contratiempos y del estado de ánimo. En otras palabras autocontrol y voluntad nos dota de la capacidad de tomar decisiones.

Hablamos de autocontrol y voluntad cuando un niño se sienta a estudiar evitando ver la televisión, aún cuando están pasando su programa favorito, o cuando es capaz de postergar las ganas de comer esa torta porque habíamos quedado que lo haría después del almuerzo.

Las personas no nacemos con la habilidad de controlarnos, al contrario, la realidad nos muestra que somos por naturaleza impulsivos y expresamos nuestras frustraciones con rabia y desesperación. Sin embargo, a lo largo de nuestra vida, en el hogar y en otros contextos, vamos adquiriendo estas destrezas a través del seguimiento de modelos y cuando somos expuestos a situaciones que incrementaran nuestra tolerancia a la frustración y autoeficacia.

Por ello, como padres debemos de brindar a nuestros hijos situaciones donde puedan entrenarse en la adquisición de estas habilidades, para que  puedan gozar de una vida saludable y adaptada.

¿Pero cómo lo logramos? Conseguir que nuestros hijos sean ordenados, estudiosos, alegres, sinceros, responsables y perseverantes en lo que se proponen, no es algo que exija un esfuerzo increíble, por el contrario, es algo sencillo que lo podemos lograr en el día a día, aquí algunos consejos:

Seamos un modelo a seguir. Nuestros hijos aprenden más de lo que ven que de lo que les decimos. En este sentido, los padres actuamos como modelo emocional y conductual.
Establezca rutinas y horarios en casa (horas de comidas, baño, dormir; tiempo de jugar, tiempo de esperar, etc.)
Inculque hábitos saludables, aún cuando no sean del agrado de su hijo. Estos son necesarios para la consecución del autocontrol y la voluntad.
Dele responsabilidades, a través de ellas empezará a confiar en sí mismo y plantearse nuevos retos cada día.
Que termine las tareas que inicia. No sienta lástima, en vez de eso, dele ánimos cuando algo se ponga difícil.
No lo llene de regalos innecesarios, al contrario, enséñele a esperar las recompensas. Este es uno de los mejores ejercicios para fortalecen la voluntad y regular la propia conducta.
Edúquelo en el esfuerzo y en la perseverancia. Permítale equivocarse, es decir, evite darle todo hecho. A través de la experiencia deberá aprender a resolver problemas, buscar alternativas de solución y asumir las consecuencias de sus actos.
Enséñele a manejar la frustración. Para aprender a manejarla, debe experimentarla de vez en cuando, esto se logra cuando no siempre logra lo que quiere. Un buen padre no es aquel que lo complace en todo, es aquel que le enseña a esforzarse y dar valor a las cosas.
No lo sobreproteja. Esto quiere decir que cuando existe una conducta inadecuada, debe tener una consecuencia lógica firme y consistente.
Permítale que se equivoque. Que experimente la equivocación como algo que debe suceder en varios momentos y que se puede mejorar a través del esfuerzo.
Fortalezca la capacidad de esperar lo que se desea y que aprenda que existe un “después”. Por ejemplo, si quiere ver la televisión una hora más decirle que lo hará mañana.
Enséñele a no interrumpir y a esperar el momento cuando los demás no estén hablando para participar en la conversación. Es importante ofrecerle al niño suficiente atención para que él no esté “hambriento de atención”.
Fortalezca su autoestima a través del autoconocimiento realista. Esto se logra enseñándole a reconocer sus habilidades y debilidades, a partir de este conocimiento, logrará promover la perseverancia en las tareas más complejas.
Desarrolle habilidades para la solución de problemas pensando antes de actuar.
Potencie sus habilidades sociales. Que comprenda la implicancia que tienen sus acciones en los demás. Uno de las habilidades centrales en el autocontrol son el desarrollo del respeto y empatía hacia las demás personas, especialmente con los amigos.


Recuerda, si poseyéramos voluntad suficiente, contaríamos siempre con suficientes medios.

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